La noche y yo

12:45 p.m. de alguna noche ya vivida tiempo atrás Mis hijas ya dormitan. Ya todo está listo para comenzar con un nuevo día, después, claro está, de un merecido descanso, mas, no tengo sueño. Me voy al minibar que tengo en mi salón y me apodero de uno de esos vasos anchos y redondos que tanto me gustan para echar en ellos trozos de hielos gordos que le darán un toque más aguado al exquisito y caliente ron Legendario. Y ahí voy, lista a perderme en recuerdos o simplemente a extraviarme en percepciones y pensamientos acompañada de mi inseparable perra y de mis deleites calientes y excitantes. Me recuesto, sin tumbarme del todo, en un diván de verano que el muy valiente se mantiene en pie a pesar del uso a diario que le damos. Tengo la suerte de poder contemplar desde mi patio un pedacito de cielo que siempre me engatusa con inesperadas sorpresas nocturnas. Me arropo mis hombros con mi poncho canario, es primavera y la frialdad de la noche hace mella junto con el glacial silencioso de mi alma atormentada. Me doy un buen trago caliente, lo disfruto suavemente mientras observo la inmensidad oscura y brillante. También tiene su encanto admirar en silencio y a solas las noches perdidas, es en estas noches cuando sólo tú puedes perderte (sin testigos) en viajes prohibidos, en momentos lujuriosos, en recuerdos dormidos, en orgasmos silenciosos mentales sin apenas rozar tu piel delicada en locuras y desvaríos, sin que nadie te juzgue ni te señale con un dedo equivocado. También son noches propias para amarte y perdonarte por aquello mal vivido, o por aquello que por miedo y por torturas de extraños no fuiste capaz de experimentar. Sí, son noches ricas y propias para estremecerse con uno mismo. Huelo el olor desconocido de la noche, respiro profundamente. Me doy otro trago caliente y delicioso. Muerdo mi labio inferior imaginando un momento libidinoso con aquel que deseo en silencio sin siquiera él saberlo. Rozo mi rostro, mi cuello, siento como mis manos tiemblan a causa de variadas frialdades. Acaricio todo un cuerpo que hoy es mío, sólo mío...y respiro. Cierro mis ojos y observo con mi mirada interna sin pensar, sin miedos, sin juicios, sin limitaciones. Es sólo entonces cuando revivo y analizo. ¡Cuántos trabajos realizados por dinero, cuántos!: de sepulturera de almas más que de cuerpos, de escritora, psicóloga, vendedora, de reportera, limpiadora, como pequeña empresaria, de esteticista, agricultora, como teleoperadora, hasta en una ocasión como maquilladora de muertos, etc., etc., tantos y cuántos por causa de todo un error que el sistema impone para poder subsistir en una sociedad esclavizada que está subyugada por dogmas y paradigmas ya arcaicos, además de adentrar al eslavo en una economía globalizada y mal administrada. Miles de boleros mentirosos escuchados en la barra de una cantina llena de bohemios y de amantes solitarios en mitad de una madrugada cualquiera. Han sido muchos los fugitivos con miedo a la hora de amar. Interminables los momentos perdidos por culpa de hostilidades y de juegos sinsentido. Muchos han sido los tragos bebidos a solas degustando el sabor amargo de la desilusión. Demasiada hipocresía en lechos de amantes que sólo conocen de monotonía y desamores y sin conocer siquiera el verdadero elixir de un buen sexo ejecutado. Y qué decir de esos aguardientes bebidos con desespero para emborrachar a las almas para que no se enteren éstas de que van a ser tatuadas con otra marca más con sabor a desengaño. De igual manera qué decir de los paisajes grabados en esas pupilas encharcadas en llanto. Han sido muchas las equivocaciones que pegamos como lapas en nuestro palpitante corazón confundido. Tanta hambre y desolación, hambre con desespero, tantos famélicos danzantes por callejuelas que no tienen ningún destino. Y cómo no añadir esos cementerios repletos de artistas frustrados, de sabios a destiempo, de soñadores solitarios, seres que temieron dar el salto y que dejaron escapar lo único y verdadero que presagia un buen triunfo, el luchar por un sueño. Tantos inviernos eternos y asesinos de primaveras, de veranos, de otoños. Y ese pobre demente encerrado en lúgubres y frías paredes por el solo hecho de pensar y de ser “diferente”. Muchos son los días lluviosos de esos que calan el alma más que al cuerpo, días tormentosos que se confabulan con esos recuerdos que toman cuerpo en el fuego vivo de una chimenea que caldea a una habitación fría, mas, no calienta al cuerpo. Demasiados romances vivos enterrados en prosas de bellos poetas. ¡Cuánto y cuántas cosas! Es tan intensa y a su vez efímera la vida que, sin darnos cuenta, en un frágil pestañeo inhalamos ese primer suspiro ensamblado casi al unísono con el último respiro. Abro mis ojos y observo ese techo brillante lleno de cuerpos celestes. Me abrazo, lo hago muy fuerte. Miro a mi perra Perla que me observa con deleite; me repongo un poco en la tumbona y acaricio su agradecida carita, ella, siempre tan extremadamente fiel y amorosa. Me bebo el último trago de ron y sigo mirando a la nada oscura que se encara a mis pensamientos rindiendo con ello culto a la vida. Y pienso; "a pesar de toda agonía existencial, ¿vale entonces la pena vivir mal viviendo o sencillamente no vivir?" Es un error bestial mal vivir o no vivir. La vida por sí misma te ofrece a diario millones de razones que justifican tu existencia. Sé que mi materia morirá en algún momento, pero hoy, más que nunca, me voy a redimir y grito, “elijo, aunque se me vaya la vida con ello, vivir viviendo". Yirka Gonzalez (F.B.) ©