Luz (y yo)

Luz es una mujer que ha sido subyugada en un sistema equivocado, un sistema que se encuentra perdido en una espiral de errores y dirigido por un poder oculto que abandera -tras unas hipócritas bambalinas- a las masas dormidas las cuales muy poco (o nada) tienen acceso a las verdades ocultas que gobiernan el mundo. Una pérdida de valores se mece en un mundo en el cual un 90% es esclavo de una sociedad corrompida mientras que el diez por ciento restante se divide en tres bandos: el primero -como marionetas dirigidas- rige y manda a la inmensa plebe adormecida, el segundo bando ese el gran caudillo (el gobierno en la sombra) que en realidad dirige el fantástico teatro vivo de esto tan maravilloso que llamamos “nuestro mundo”, y el tercer bando es una masa colectiva despierta e indomable que ha tenido la osadía de reinventarse y de romper los paradigmas impuestos del pasado; en este pequeño bando se halla Luz, que hasta lágrimas de sangre derramó mientras se despojaba como una cebolla de todas las capas doloridas impuestas por la ceguera y heredadas tras generación en generación. Luz ha experimentado, ha sentido, sufrido, pecado, ha llorado hasta con lágrimas de linaje, reído hasta quedar exhausta, se ha estremecido en orgasmos dispares, ha dañado sin pretenderlo, la han dañado premeditadamente. Luz juega con el mundo, se ríe a carcajadas hasta de su sombra, ella es capaz de llorar y de estremecerse con el solo hecho de contemplar un cielo nocturno, ella derrama lágrimas de emoción mientras contempla las puestas de sol y sus amaneceres. Ella canta, baila, escribe, pinta en óleo todo cuanto percibe con sus sentidos despiertos. Ella camina descalza por la tierra, una tierra que ama y respeta y a la cual le rinde pleitesía por ser su hogar. Ella se enamora hasta las trancas de las clásicas e inmortales historias de amor. Luz se enfada en demasía cuando percibe al mal de cerca, a ese mal empobrecido que destruye, mata, viola, daña, por placer; Luz quisiera ser una guerrera en esos instantes y de manera visceral tomarse la justicia por su cuenta y hacer de una puñetera vez lo que aquellos -que sí pueden terminar con el mal- no hacen. Luz es madre y adora hasta con sus entrañas a su prole, ella ama al mundo a través de sus retoños. A Luz ya no le importa su pasado, ya no precisa en aquel pretérito que tanto ha marcado su vida, no, ella sólo mira hacia atrás para observar con los ojos del alma todo el camino recorrido. Ella es leal y fiel a su esencia como alma, a su estampa como mujer, a su esencia como ser infinito. Ella respeta y ama a la tierra que la vio nacer, rememorando lo vivido rinde honores a sus muertos. A veces se pierde en un mar de recuerdos y de pronto siente cómo ese mismo mar salado brota a través de sus ojos con lágrimas que como diamantes brillan desde la distancia. Luz ya se siente en casa, ya ella conoce de tibiezas porque ella vivió entre glaciares. Ella hoy por fin danza entre luces porque ella ha vivido entre tinieblas. Ella hoy saborea deliciosos sabores porque ella bebió miles de sorbos de vinos amargos. Ella ya por fin se deleita en roces, en juegos y caricias del alma, porque ella vivió prisionera en un interminable tiempo de ataduras asfixiantes. Ella hoy, definitivamente, observa, porque antes sólo miraba sin ver nada. Ahora es capaz de escuchar hasta el zumbido de las abejas; porque resulta que ahora en el silencio ella descubre cientos de melodías armoniosas. Y es que Luz vivió por milésimas de segundos -en una era sin tiempo ni espacio- la sensación extraña de hallarse en los aires muy cerca de la muerte. Fue ahí cuando mantuvo una conversación con Dios y le pidió otra oportunidad para ser, sentir, para continuar adelante con su gran misión (sus hijos) y para cumplir con sus otros planes (amar, orientar, escribir). Fue ahí cuando le pidió a Dios, en síntesis...VIVIR. Yirka Gonzalez ( F.B.) ©