Mujer y madre

¿Cómo se mide una vida, cuál es la razón por la que se vive, realmente sabemos de dónde venimos, qué o quién es Dios? Alianzas mil que se mecen en una danza multitudinaria de experiencias y vivencias. ¡Dios, divino Todo que tanto amor saca de una madre! La creó basada en el amor, para amar y ser amada. Él se deleita con su obra, una madre nunca le defraudará y siempre ella será perdonada haga lo que haga, porque la madre es una fuerte yegua portando la más dura y a su vez hermosa carga. La madre es muchos seres en uno: es una fiera felina, es mula, ballena, gorila, loba, es maga, es esclava y amante al mismo tiempo, es valiente, es guadaña si se tercia porque en un segundo puede detener la evolución humana, es tila y valeriana que calma, pero también es un buen excitante que pone al mundo entero en pie. La madre es esa buena maestra que enseña a crecer a la nueva vida, cuando recién comienza la criatura su despertar como errante en este maravilloso mundo de bellos locos y de esos otros locos, los que destruyen. Ella, con su santa paciencia, amamanta al crío aunque con ello se provoque las estrías más placenteras que existen. Ella aguanta todo el dolor por su pequeño, vela su sueño, es como su sombra; ¡ya ella no vive por ella! Es única y capaz de comerse el mundo de un bocado, a veces no le queda otra y se lo carga a sus espaldas para ir allá, muy lejos, en donde si hay suerte encontrará algo para llevar a la boca de su prole. Dios está muy feliz por haberla creado, la mujer es justo su más bello retrato, con ella consiguió lo soñado, aun así, conoce las debilidades del hombre y la ingratitud que lo posee, por ello, en algunos lugares la mujer desde siempre ha sido lapidada, violada, despojada de su esencia como hembra que crea este escenario interminable; ha sido quemada por loca, ha sido desplazada de sus derechos que como ser humano le han correspondido desde siempre. Su vientre es sagrado, pero muchos no lo han valorado y lo han usurpado con maldad. En algunas culturas la mujer ha sido despojada de su zona erógena más valiosa “mientras menos sienta, mejor” (para algunos). Ella se convierte en carbonera, en limpiasuelos, es capaz de comerse huertas enteras mientras labra, pero también es capaz de sacrificar su dignidad y abrirse de piernas para dar de comer al hijo. La mujer y madre es capaz de dar su vida entera por un hijo aunque éste sea un asesino, a pesar de comprender y aceptar sus errores; ¡cómo puede ella no amarlo! Una mujer que no pare es capaz de amar a la par de otra que sí lo hace, ¿por qué? Porque lleva consigo la esencia de ser madre y unos ovarios y una matriz y unos senos, acompañados de un valioso cerebro, que le recuerdan que “¡tú naciste para crear vida!” La mujer y madre está creada a imagen y semejanza de la matriz del Universo, es igual, exactamente igual, su misión es crear vida, ser cobijo para la célula fecundada. Ella ya no duerme cuando los hijos existen, se convierte en robot desde el instante del alumbramiento y cientos de cosas es capaz de hacer al mismo tiempo. Limpia sus heces sin escrúpulo alguno, inventa dinero de debajo de las piedras y es capaz de llegar a convertirse en la más aritmética que existe, ella siempre imagina y crea, pero ofrece al hijo lo necesario. Es doctora, abogada, heroína, científica, militar, minera, obrera, agricultora, es todo lo que le eche a su cuerpo y a su alma. Pero se marchita, va muriendo lentamente a pesar de ser inmensamente feliz. Su rostro, desde el preciso instante en que es madre, ofrece cansancio y surcos que transmiten un precoz paso del tiempo. Su cabello, de doble color por las vivencias del lapso y por la falta de atenciones de belleza, le recuerda que ella aún existe. Pero ella es feliz y sólo pide a Dios vivir para ver crecer al hijo, verlo gatear, que le salga su primer diente, gozarlo, olerlo y perderse en ese océano de olores corporales que a ciegas y a distancia es capaz de percibir. Se regocija cuando lo ve caminar, al verlo leer y escribir, cuando lo observa cantar, saltar. Cuando es una hija, la madre sonríe y llora cuando le viene la primera regla a su niña, porque sabe que ya va quedando menos para que ésta se convierta en mujer con aquel que la posea, rogando al Altísimo Dios la despose un buen marido. Y cuando es un hijo varón, la madre pide al Todo que libre al hijo de malos grupos y que nunca regrese a casa con su cuerpo inerte o malherido. Y llega el momento de que se casan los hijos. La mujer y madre va camino hacia el final, va cumpliendo con lo estipulado. Y llega un día y aquellos que seguirán siendo sus pequeños le otorgan el más valioso de todos los regalos, los nietos, la continuidad de la estirpe y del sueño que un día la madre creó con su amado. Es entonces el momento de ver aparecer esa capa de nieve que embellece su cabello, así la madre comprende que el final se está acercando, y es ahí cuando ella se pregunta por su cosecha, porque es en ese preciso instante de la vejez cuando se recibe lo que has sembrado, descubrirá entonces ella si valió la pena su paso por esta vida y si cumplió con el sagrado pacto, el más importante de todos, dar vida a la vida entregando amor sin pausa. Y en el final se pregunta; ¿cuál es la razón de la existencia, el porqué se vive? Para una mujer y madre hay simplemente una única respuesta. Amar. Vamos al mismo sitio de dónde venimos. A la nada y al Todo. Yirka Gonzalez (F. B.) ©